FIN DEL PRINCIPIO
Algo salado. Saboreo algo salado. ¿Así será la muerte? Por cierto que sí, qué pregunta. Me siento bien, confortable, como flotando, la vida que seguramente se está escurriendo de mi cuerpo todavía me da un último momento de placer. Salado. No sé si el gusto viene de adentro, o de mi piel. Recuerdo el último cigarrillo. Qué tontería, ya no hay tiempo para nada. Me voy, mi cuerpo se va yendo al final, desde donde no volverá. Ni cigarrillo ni alcohol, ni un orgasmo postrero que me recuerde la vida, ya no hay tiempo para volver atrás por un último goce. Es la muerte de todo. Pero en mi cuerpo hay satisfacción, un placer húmedo, ingrávido. ¿Un cigarrillo dije? Es que no creo haber fumado nunca. Hay un momento de duda. ¿Era yo hombre? Por momentos me recuerdo mujer. Siento que mi padre está aquí. No lo veo, sólo lo siento, sé quién es más allá de su cuerpo. Padre, me voy, me estoy yendo, mi vida se acaba, no puedo verte. Tu hija está aquí, se va, padre. Tu hijo. Escucho su voz, lo amo, amo a mi padre. Lo odio. No es su voz, es lo que piensa, madre. A ti te siento en mí. Algo me lleva hacia adelante, fuerte, directo. Se frena. Ahora continúa. Ya no estoy cómodo. Esto está terminando, mi vida se va. El hombre está de pie y piensa: un poco más hijo, aguanta un poco más. Un pequeño esfuerzo y estaremos juntos. Mi padre. Puedo leer su pensamiento. Llora y se dice, me dice: tan inocente en un mundo malvado. Desde aquí no puedo hablarle, convencerlo de que no, no padre, no te equivoques. No puedo hablar pero lo sé todo. No soy inocente, lo sé todo. Un manojo de negros cabellos asoma por el hueco de la vida, húmedo, viscoso. Un sabor salado. Siento un sabor salado y ahora la boca seca. ¿Ya estaré muerto, padre? Todo se me olvida, ya no recuerdo nada, sólo a ustedes. Madre, me voy, padre, no te preocupes. El hombre ve salir una pequeña forma humana, una nueva vida en un cuerpecito amado, y solloza. Oye una sinfonía surcando el aire, algo que no es triste ni risueño pero es enorme, no puede evitar las lágrimas. El doctor arropa al niño, lo seca. Un segundo médico le quita la manta. Al apoyar la carne flamante sobre la báscula, el niño siente frío. Grita y su grito ya no es de muerte. Es un grito nuevo.
© Mario Ferrari, “Relatos en tres dimensiones”, 2004
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1 comentario:
un placer leer al querido Mario en tu espacio y sobre todo cuando ya se le conoce personalmente, abrazos desde el Perù, Julia
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