LA POESÍA
Una noche en que la nieve adormecía ángeles sobre las cumbres
y, sobre los tejados, derramaba crisantemos,
quizá, al lado de mi cuerpo frío, buscó calor,
desnuda como todas las canciones de los nómadas,
pura como todas las rosas de los huertos desconocidos,
donde las rugosas glebas y los búcaros de las flores blancas
ofrecen rocío a los pájaros sedientos.
Acaso, siempre había estado a mi alrededor,
en mi casa de frágil soñador,
abierta a las estrellas cenicientas
que desde el cielo traen los besos de los niños muertos sin amor.
Ahora, es como un incensario de ágata purísima
que arde entre las columnas de la habitación de amatista,
donde la hora matutina, huyendo de mis besos de Nocturno,
dejó el amor y el llanto de todos los caminos del mundo.
Arde, y el incienso es sonrisa de muchacha,
arde y el hachís es caricia de boca
sobre los pechos de una mujer perfecta.
En la hora en que las luciérnagas se encienden
sobre los vaporosos cristales de los castillos encantados,
y las canciones del sueño tienen cadencias de estrellas,
sumisamente, besándonos en los ojos,
recitamos el Cántico del sol,
nuestra plegaria del crepúsculo,
que nos abre las puertas azules del sueño.
Ella me enseñará a hablar en la oscuridad;
mis canciones no tienen sol,
como el rebaño que, sonando sus esquilas,
a las fuentes desciende con las cabezas inclinadas.
Salvatore Quasimodo (1901-1968)
De "Besa el umbral de tu casa", 1920 (publicado en 1981). Traducción de Antonio Colinas.
1 comentario:
Querido Alberto, estoy muy feliz de que me hayas incluido en "De Caminantes y Camminos"
Que Quasimodo nos acompañe es una gloria.
¡GRACIAS!
Un inmenso abrazo
Ana Romeo Madero.
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