LA MANCHA DE HUMEDAD
Paseaba en compañía de un amigo, hace años, frente a la ruinosa pared de un edificio, cuando señalándome aquél una mancha de humedad que sombreaba un gran trozo del muro, díjome, mientras me hacia detener el paso:
–Mira, qué admirable cabeza para una bruja del “Macbeth”, ¡si algún artista de esos que, cumpliendo el precepto de Leonardo, están atentos a estos caprichos de la casualidad, la viera y supiese hacerla suya! ...
Miré, y no vi sino la mancha informe, extendida al azar sobre el blanco sucio del muro. En vano mi acompañante instaba mi atención: yo sólo una informe mancha veía. Entonces, acercándose a ella, y siguiendo con el índice el contorno: –Repara, me indicó, en la frente estrecha y las greñas hirsutas; mira en esta línea la corva, innoble nariz; observa el ojo oblicuo, los labios contraídos en un gesto de odio; ve aquí el flaco pescuezo... Y al compás que mi acompañante me indicaba, la figura iba ordenándose en mi percepción, y una fisonomía, entre risible y siniestra, brotaba de los contornos de la sombra, completados por algunas grietas del muro.
Después que logré asir con la atención la forma representativa en que podían, efectivamente, concertarse, mediante un poco de buena voluntad, aquellas líneas confusas, la percepción de esta imagen en la mancha de humedad fue tan inmediata y clara para mí, que apenas concebía cómo pude dejar de notarla a la primera indicación de mi amigo; y cuantas veces, desde entonces, paso frente a aquel ruinoso muro, ella se destacaba, infaliblemente, a mis ojos, de manera superior a mi voluntad, la cual en vano se esforzaría por volverme a la simple percepción de una mancha.
Esto puede corroborarse por la observación común. ¿Quién es el que descifrando, por ejemplo, uno de esos gráficos enigmas, en que se trata de encontrar una figura que se forma del blanco de las otras, no habrá notado cuanto supera al esfuerzo de la voluntad, dejar de discernir la figura secreta, en la visión del conjunto, una vez que se ha acertado con ella?
No es otro el modo cómo una lectura intensa y eficaz te impone para siempre un concepto del mundo y de la vida. Un libro enérgico, si coincide con propicia ocasión, tanto más cuando aún no hay en tu alma una idea neta y fija del mundo, el cual equivale entonces para ti a la mancha de humedad donde no ves nada representativo y concreto, es el acompañante que te enseña a ordenar tu concepción de la realidad dentro de una imagen precisa. Nada será capaz de sustituir en ti esta imagen por tu indefinido anterior. Nadie podrá emancipar tu pensamiento del orden que le fue impuesto con ella, si no es quien tenga arte para hacer que descifres una nueva y más, patente figura en la mancha de humedad...
José Enrique Rodó (1871-1917)
De "Los últimos motivos de Proteo", 1927
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